lunes, 6 de junio de 2016

Un espacio demasiado grande



Yo siempre había estado convencida de que no ocupaba un espacio demasiado grande en el mundo. Cuando alguien se va, todos, tarde o temprano, acaban por acostumbrarse. Eso es así, sin duda alguna.
Pero cuando me imaginaba a las personas a las que yo amaba viviendo en un mundo sin mí, se me saltaban las lágrimas. 
No sé por qué, pero me parecía que ese mundo del que habrían arrancado mi persona era muy triste. Ese espacio que uno ocupa, siquiera un breve periodo, y aunque antes o después todos los personajes deban desaparecer en los confines del tiempo, resplandece como algo sumamente valioso. 
Me resultaba tan preciado como los árboles, la luz del sol o los gatos con que me topaba por el camino. 
Miré una y otra vez al cielo, absorta en esos pensamientos. «Estoy aquí, ahora, con mi cuerpo, mirando al cielo. Éste es mi espacio.» 
Absorta en esa vida a la que mi cuerpo sólo daría cobijo una vez, bella como el crepúsculo que resplandecía a lo lejos.

Banana Yoshimoto  Recuerdos de un callejón sin salida
Ed. Tusquets, 2011
Trad. Gabriel Álvarez Martínez

Afinidades improbables


No he abrazado a autores porque tuvieran ciertas virtudes o congenialidades; los he hallado por obra de la fortuna, y sus virtudes han aparecido entonces. El lector intermitente y errático, el lector que lee por curiosidad, impulso o vicio y no por profesión, suele toparse con este tipo de sorpresas felices e inexplicables. Por más que digan los psicosociólogos, en los contactos humanos no existen leyes: no hablo únicamente de la relación autor-lector, sino de todas. Como químico, siendo experto en las afinidades entre elementos, me siento un inútil ante las afinidades entre individuos. En este terreno, todo es verdaderamente posible; basta pensar en ciertos matrimonios improbables y duraderos, en ciertas amistades asimétricas y fecundas. No puedo evitar citar de nuevo a Rabelais (al que soy fiel desde hace cuarenta años sin que me parezca mínimamente a él y sin saber por qué): su Pantagruel, gigante, generoso, riquísimo, noble, sabio y valiente, encuentra por casualidad a Panurgo, flacucho, pobre, ladrón, cobarde, mentiroso, conocedor de todos los vicios; lo tendrá por compañero en todas sus aventuras y lo amará siempre. Evidentemente, se trata de las “razones del corazón” de las que hablaba Blaise Pascal, que respeto, que admiro, que me sorprende, pero entorno a las cuales he dado vueltas en vano, como en torno a determinadas cumbres inaccesibles de las Grigne.
Debo, además, constatar que mis amores más profundos y duraderos son justamente los menos justificados. (...) La novela de Roger Vergel constituye un caso aparte: creo que tiene un valor intrínseco, pero su importancia para mí deriva de razones privadas, cargadas de simbolismo, pues la leí el 18 de julio de 1945, día en que esperaba morir.

Primo Levi, Prefacio a La Búsqueda de las raíces
Ed. El Aleph
Trad. Miquel Izquierdo