domingo, 12 de mayo de 2019

Cautivos

 


(...) Pero esa satisfacción serena no consistía simplemente en su impresión de sentirse el "dueño" de Stephanie. Sandy había hablado de su encanto de femme fatale, y aquel le parecía a Henry un título bastante vulgar para lo que él veía en ella. Para él era más bien como una misteriosa mujer callada a la que uno encuentra en un templo y con la que resulta serenamente incontestable que hay que acostarse por voluntad de los dioses. Nunca se había sentido Henry más venturosamente libre de dilemas o disyuntivas. Se sentía curiosamente identificado con un cuadro de Max, en el que un hombre se encontraba boca abajo, atado a una mujer maravillosa que llevaba una lampara. Qué imágenes perfectamente ridículas podía inventarse el viejo Max. A Henry le había parecido al principio que lo raro era que, aun teniendo las manos atadas y hallándose tal vez herido en la espalda, el hombre no pareciera encontrarse nada incómodo en su insólita posición. La mujer apretaba uno de los muslos de él con mano acariciante, mientras atisbaba en la oscuridad ligeramente iluminada por la lámpara. Ahora, aquella cara le recordaba muy levemente a la de Stephanie. Y ahora se daba cuenta de que siempre se había identificado un poco con aquel hombre que parecía estar tan cómodamente instalado boca abajo. De modo que, visto boca abajo, él era un cautivo de ella, y no ella la de él.

Iris Murdoch
Henry y Cato
Edit. Impedimenta.
Trad. Luis Lasse

Pint: Max Beckmann
Departure, 1932