lunes, 30 de julio de 2018

Abrí la verja de hierro


Abrí la verja de hierro,
Sentí como chirriaba, tropece en algún tronco
y miré una ventana encendida, 
pero la madrugada devoraba las hojas 
y tú no estabas allí diciéndome
que el mundo está roto y oxidado. 
Entré, subí en silencio las escaleras, abrí otra puerta,
me quité el saco, me senté, me dije estoy sudando,
comencé a golpear mi pobre máquina de hablar,
de roncar y de morir 
(tú dormías, tú duermes, tú no sabes cuánto te amo), 
me quité la corbata y la camisa,
me puse el alma nueva que me hiciste esta tarde,
seguí tecleando y maldiciendo, 
amándote y mordiéndome los puños. 
Y de pronto llegaron hasta mí otras voces: 
iban cantando cosas imposibles y bellas, 
iban encendiendo la mañana, 
recordaban besos que se pudrieron
en el río,
labios que destruyó la ausencia. 
Y yo no quise decir nada más: 
no quiero hablar, 
acaso en el chirrido de la verja rompí 
cruelmente el aire de tu sueño.
Qué importa entrar o salir o desnacer. 
Me quito los zapatos
y los lanzo ciego, amorosamente, contra el mundo.