sábado, 2 de junio de 2018

Habitaciones


A veces he pensado que la naturaleza de una mujer es como una casa enorme llena de habitaciones: está el vestíbulo, donde uno recibe a las visitas formales; la sala de estar, donde los miembros de la familia entran y salen; pero más allá, mucho más allá existen otras habitaciones cuyas puertas nunca se abren; nadie conoce el camino hasta ellas y en la habitación más íntima, el alma se sienta a solas y espera oír unos pasos que nunca llegan.

Edith Wharton
Cuentos completos
Ed. Páginas de Espuma
Trad. E. Cotro y M. Fernández Estañán

Fot.  Kristen Hatgi

Elogio al aburrimiento IV


Aburrirse -sentirse infinito. Percibir cada latido de nuestro pulso, cada rayo de luz o gota de agua que cae, cada murmullo que se produce, cada emanación que se exhala; percibir lo inmediato y lo lejano, lo imponderable y lo fácil, lo perenne y lo sombrío y lo evidente o confuso que pudiera haber en cuanto nos rodea, en cuanto rodeamos.

Todo tuvo su origen en el aburrimiento. Estas palabras, que Dostoievski pone en boca del narrador de "Memorias del subsuelo" y que constituyen uno de los mejores comienzos que quepa imaginar para cualquier historia o aventura, serían también el comienzo inmejorable de este escrito, de no ser porque el aburrimiento hoy parece abolido, se encuentra a un paso de ser desterrado de la superficie del mundo. Lo que alguna vez se consideró el "mal del siglo" está finalmente muy cerca de desaparecer, arrasado por el ingenio y la diligencia del hombre.
El frenesí se ha apoderado de casi todas las actividades, el vértigo atraviesa las emociones, cada día sale a la venta un nuevo artilugio para matar el tiempo. Más información, más simultaneidad, más aceleración y más enlaces. Y todo delante de nosotros, todo al alcance de la mano. La misma saturación en la carátula del reloj de una jornada típica, atiborrada de citas, desplazamientos, compromisos, signada por la obligación de pasársela bien, de entretenerse a toda costa, impide que tenga lugar una pausa, esa merma de sentido que introduce el aburrimiento; cancela que la malla de las ocupaciones se rasgue de improviso y al menos por un instante, por un instante atroz, un instante estremecedor e imperdonable, liberados del cúmulo de cosas que creemos nos definen, alcancemos a entrever nuestro propio vacío.
Aunque rara vez estemos en condiciones de aceptarlo, la ansiosa batalla que se libra en todos los rincones contra el aburrimiento es la mejor prueba de su apogeo, el indicio de su vitalidad paradójica. La diversión elevada a un deber, la saciedad entendida como recomienzo frustrante, la urgencia por alcanzar la insensibilidad frente al paso del tiempo: síntomas demasiado extendidos de una civilización que ha llegado a la cúspide de su ansiedad, que sitúa el trabajo por encima del ocio, el entretenimiento por encima de la contemplación, el estruendo por encima del silencio. Y todo porque cada vez estamos menos capacitados para soportarnos a nosotros mismos y no tenemos más remedio que convencernos de que, antes que encarar al aburrimiento, antes que lidiar con él y aceptarlo y mirarlo de frente sin apartar los ojos, estamos en condiciones de vencerlo.

Ed. Sexto Piso, 2012

Fot. Alain Fleischer
Miroirs  (De la serie: ‘miroirs-tiroirs’), 1981