jueves, 23 de mayo de 2019

Escribir

Queridísimo León Ostrov:
Mis poemas los hago con mucha paciencia. Un poeta no tiene apuro, no debe. Un verso, una línea, la escribo palabra a palabra. Cada palabra la anoto en una tarjeta distinta, por ejemplo “La viajera marca su intensidad con desobediencia.” Tengo, pues, siete tarjetas, bastantes grandes. Las ubico en mi cama y comienza el trabajo. Voy moviendo las tarjetas como peones de un damero de ajedrez. “La desobediencia de la viajera es su intensidad.” Con los pies voy tapando las palabras, puede aparecer: “Marca la intensidad, desobedece la viajera” o todavía “Viajera sin maletas; con intensidad guarda su desobediencia” y acaso lo prefiero, resulta: “La intensidad apura a la viajera, será desobediente” y así y así estoy horas y horas y es importante cada espacio, cada viaje de la viajera desobediente. Fumo mucho, desobedezco. Ahora las tarjetas se han ensuciado de tanto taparlas y descubrirlas. Cada vez. Mi cuerpo se revuelve, hago el amor con la poesía, músculo a músculo, tarjeta a tarjeta.

Alejandra Pizarnik

Fot: Nicolas Guérin

En el centro del fuego


TRES

VII

La luz del sol se extinguió
nuestras bocas temores corazones pulmones brazos esperanzas
                                            pies manos
bajo nosotros el callado Mediterráneo más azul
de lo que habíamos imaginado
algunos gritos surcando
el alto aire
una vela un barco de pesca alguien un espectáculo invisible
quizá ciertos nadies riéndose débilmente
jugando moviéndose lejos debajo de nosotros
quizá una casa de campo prendida como los trozos
de una cometa de los árboles, aquí
y aquí reflejándose
la luz del sol
(por todas partes luz del sol penetrante completa
silenciosa
y por todas partes tú tus besos tu carne espíritu respirando
junto debajo en torno a mí)
                                                       después
un denso color se alzó contra el cielo y el maravilla
                              finalmente tus ojos me
conocieron, nos sonreímos, dejándonos, observando
(tumbados, en
la hierba de un
acantilado) lo que había sido otra
cosa convirtiéndose en nosotros cuidadosa lenta fatalmente
mientras en el mismo centro del fuego todo
el mundo se volvía brillante y un poco evanescente

E.E. Cummings 
Traducción de José Casas

Fot: Eduardo Salvatore