sábado, 13 de mayo de 2017

Escribir



Me dije que uno escribe siempre sobre el cuerpo muerto del mundo y también sobre el cuerpo muerto del amor. Que es en los estados de ausencia donde se hunde el escrito, no para reemplazar nada de lo que ha sido vivido o supuestamente ha sido, sino para consignar el desierto que ha dejado.

Marguerite Duras

Fot. Marguerite Duras con su madre, Marie Donnadieu, Vietnam 1932

La realidad y el deseo



Cuando la muerte quiera
Una verdad quitar de entre mis manos,
Las hallará vacías, como en la adolescencia
Ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

La realidad y el deseo

Bergen, Norway 1934

Deseos



A mediodía llegamos a Luga. Nos detuvimos en la plaza de la estación. La guía cambió su tono sublime por uno algo más terrenal:
-Ahí, a la izquierda, está el área de servicios…
Mi vecino se levantó interesado:
-¿A qué se refiere? ¿Al retrete?
El individuo había venido torturándome durante todo el viaje: “ ¿Agente blanqueador de tres letras?…¿Artirodáctilo al borde de la extinción?…¿Esquiador de origen austriaco?…”
Los turistas salieron a la plaza inundada de luz. El conductor cerró la puerta y se puso en cuclillas junto al radiador.
La estación…Un edificio amarillento y sucio, con columnas, un reloj, unas letras parpadeantes de neón descoloridas por el sol…
Crucé el vestíbulo, donde había un puesto de periódicos y unos macizos contenedores de cemento. Descubrí la cantina por pura intuición. 
-Persónese ante el camarero -indicó la cajera con desinterés.
Un sacacorchos se balanceaba sobre su busto abatido.
Me senté junto a la puerta. Un camarero con enormes patillas de fieltro apareció algo después.
-¿Qué desea?
-Deseo -le dije- que todo el mundo sea bondadoso, modesto y amable 
El camarero, seguramente harto de la inagotable diversidad de la vida, guardó silencio.

Serguéi Dovlátov
Retiro
Ed. Fulgencio Pimentel
Trad. Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea

Concédeme



Concédeme esos cielos, esos mundos dormidos,
el peso del silencio, ese arco, ese abandono.

La hamaca con sabor a sal



Para Ye. Rein.

Como el tiempo es la inteligente arena,
el tabaco cruje en la bolsita…
Y como la madera podrida de un viejo barco ballenero,
así también ocurre con la gente y con las redes para pescar.

Y feliz como un hombre viejo
esas transparentes vallas
hechas de viejas redes
escuchan las ruidosas voces de los niños.

Ellas han hecho muchas veces su trabajo
y aunque están fuera de práctica todavía pescan
algo de basura, lluvias y fósforos gastados.

Ahora una estrella quedó atrapada en ellas
ahora el balbuceo de un amor juvenil 
ahora unas malas palabras de alguien
ahora un fugaz suspiro.

Ellas agarran de todo, la ráfaga del viento
una frase o la canción que alguien canta
y, pescando un botón de ropa,
lo sueltan levemente pero sin mucho apuro.
Y un viejo pescador
(esos seres robustos que esquivan la muerte)
comienza él mismo a hacerse una hamaca
de viejas redes de pescar que hace mucho tiempo usó.

Y escondiendo un dolor dentro de si
iba reconociendo en los aislados pedazos 
de la grisácea red y sus nudos
un sabor salado que se impregnaba en sus dientes.

Se mece la hamaca con sabor a sal
en el suave susurro de los pinos.
Cada pescador que se jubila
en algún momento viene a ser algo atrapado.

Cuando somos viejos vivimos en una calle estrecha
desde la cual miramos hacia nuestro pasado
y nos retorcemos
en nuestras olvidadas redes.

Tú eras un conversador, un derrochador de dinero.
Pero ahora no hay tiempo para peleas. Tu cuerpo tiene costras.
Se mece la hamaca con sabor a sal
creando una ilusión de las aguas del mar.

Pero el mar no llegará a tus orillas
y el cielo permanece traicioneramente despejado.
Mecerse porque uno lo desea es muy diferente,
eso requiere algo mucho más que ser sabio.

Y él quiere vientos huracanados y tormentas
¡al diablo con toda esta comodidad!
Pero si su juventud volviera de nuevo.
Sin embargo él ha renunciado a toda su sabiduría.

Pero es falso que tú no seas feliz.
Quien no ha conocido las tormentas no ha sido afortunado.
Y tú eres tan distinta
a cualquier otra hamaca que cuelga en una casa de campo.

Tú has conocido cada golpe de las tormentas
te arrastraron los huracanes más fuertes .
Deja que las hamacas de agua dulce envidien
esta hamaca con sabor a sal.

Hay un sabor especial cuando se mece esta hamaca
aún cuando traiga mala suerte.
Mécete, hamaca con sabor a sal
mécete,
mécete
mécete…


La hamaca con sabor a sal, 1971

Mentira


(...) Pero María un día, en Madrid, en su piso de la calle Antonio Maura 14, muy cerca del que habitó Pío Baroja, me puso a prueba con un lugar de la vía Apia. Debía ir y relatarle cómo se encontraba. Era una estela funeraria. Decía estar situada cerca del cruce con la vía Latina. Era un bello adolescente que tenía un brazo con el puño en alto y el otro hacia abajo y llevaba una capa echada hacia atrás. María me contó cómo lo habían descubierto, ella y su hermana, en medio de una escombrera compuesta por latas de conserva, cajetillas de tabaco, botellas rotas, papeles de periódicos y cientos de colillas apagadas contra aquel indefenso muchacho. Ambas barrían la suciedad y luego la quemaban bajo la recriminación de la policía que no había hecho antes nada por impedir el sacrilegio. María me indicaba el camino que debía tomar desde el Coliseo hasta la Puerta de San Sebastiano, pero a partir de allí las referencias eran confusas e incluso imposibles , pues la Vía Apia Antica jamás se cruza con la Latina, sino que corren paralelas a gran distancia.
(...) Le comentaba a María si esa estela no se la había encontrado en otros mithraeums, y el paso del tiempo la había llevado a confusión. ¿No estaría bajo las Termas de Caracalla, bajo San Clemente, en la Iglesia de Santa Prisca o en el Circo Máximo? Pero no. Volvía a insistirme que en la Apia y me recriminaba cariñosamente. Mi desencuentro lo achacaba a mi angustia por encontrarlo. Eso hacía que huyese, se escondiese. Entonces le cité una frase de Louys, un autor demasiado exótico: "Desconfía de los jóvenes que van por los caminos con el viento del atardecer y el polvo alado ". Le pareció oportuna y nos congració. A mi segundo fracaso estuve a punto de mentirle. En ese mismo instante me arrepentí. Confesé mi pecado. María me cogió la mano y me dijo: "La mentira está permitida en los casos en que es imposible conocer la verdad".

César Antonio Molina
Fragmento de "La gloria escrita sobre el agua" publicado en Cadernos de Pensamento e Creación, n°16
(La Roma de María Zambrano)

Foto de Nigel Henderson

Sombras


Nuestras sombras respiraban juntas. Bajo nosotros, las aguas del río de los acontecimientos corrían casi en silencio.
Nuestras sombras respiraban juntas, y todo estaba por ellas recubierto.

Henri Michaux
Nosotros dos aún

Fot. Thomas Shields Clarke ca.1910