jueves, 23 de noviembre de 2017

La última minucia


Aquello que otros hacen, aunque no
esté a la altura
de aquello que tú hiciste, te sobrepasará:
el tiempo es un patrón insensible que estrecha
fríamente la mano del que parte, y recibe
con los brazos abiertos, como dispuesto al vuelo,
a los recién llegados. La bienvenida ríe,
los adioses se marchan suspirando. No quieran
tus virtudes de antaño ganar hoy sus laureles.
La hermosura, el ingenio, la fortaleza física,
la nobleza, los méritos, la amistad, el amor,
la bondad… todo eso se halla preso del tiempo,
que lo injuria envidioso. Hay un rasgo común
a todos los mortales: es el elogio unánime
de la última minucia, aunque salga del molde
de las cosas pasadas. Y así, un poco de oro
sobre el polvo se aplaude más que el oro
empolvado.
Las miradas de ahora celebran lo de ahora.

de Troilo y Crésida III. III, 
en "Jardín circunmurado. Antología poética del teatro" 
Ed. Pre-Textos
selección y traducción de Christian Law Palacín

Vi a mi esposa


Saliendo de la peluquería vi a mi esposa, al otro lado de la calle, arrastrando su carrito de la compra. Parecía más cansada y frágil que en mi recuerdo. O quizá estaba regresando al modo de ver de los jóvenes, en el que los viejos son como una raza en la que todos parecen iguales. Posiblemente necesitaba traer a la memoria que la edad en sí misma no era una enfermedad.

Recordé haber hablado con ella la semana anterior, en la cama, semidormido, con un ojo abierto. Veía solo parte de su garganta, su cuello y hombro, y había observado su piel pensando que nunca había visto algo más importante ni más hermoso.

Ella echó un vistazo a través de la calle. Yo me congelé. Por supuesto, sus ojos pasaron por mí sin reconocerme. Siguió su camino.

Siendo, en cierto sentido, invisible, y, por tanto, omnisciente, podía espiar a los que había querido, o incluso utilizarlos y burlarme de ellos. Me había condenado a una soledad desagradable. Aún así, seis meses eran una porción pequeña de mi vida. ¿Cuál sería el propósito de mi nueva juventud? Había llevado una vida interior inquieta e innecesariamente dolorosa, pero, a diferencia de Ralph, no me sentía insatisfecho ni había deseado ser violinista, audaz explorador, o aprender a bailar el tango. Había tenido proyectos en abundancia

Hanif Kureishi
El cuerpo
Anagrama, 2006
Trad. Roberto Frías

Fot. Miroslav Tichý

He perdido algo


He perdido algo que era esencial para mí, y que ya no lo es. No me es necesario, como si hubiese perdido una tercera pierna que hasta entonces me impedía caminar, pero que hacía de mí un trípode estable. He perdido esa tercera pierna. Y he vuelto a ser una persona que nunca fui. He vuelto a tener lo que nunca tuve: solo dos piernas. Sé que únicamente con dos piernas es como puedo caminar. Pero la ausencia inútil de la tercera me hace falta y me asusta; era ella la que hacía de mí algo hallable por mí misma, y sin necesitar siquiera inquietarme por ello.
¿Estoy desorganizada porque he perdido lo que no necesitaba? En esta mi nueva cobardía -la cobardía es lo más nuevo que me acontece, es mi mayor aventura, esa mi nueva cobardía, que es como despertarse por la mañana en casa de un desconocido- no sé si tendré valor para simplemente marchar. Es difícil perderse. Es tan difícil, que probablemente prepararé deprisa un modo de hallarme, incluso aunque hallarme sea nuevamente la mentira en que vivo. Hasta ahora hallarme era tener una idea de la persona en la que insertarme: en esa persona organizada me encarnaba, y en lo mismo sentía el gran esfuerzo de construcción que era vivir. La idea que me hacía persona procedía de mi tercera pierna, de la que me sujetaba al suelo. Pero ¿y ahora? ¿Seré más libre?

Clarice Lispector
La pasión según G.H
Ed. Siruela, 2017
Trad. Alberto Villalba.

Fot. Édouard Boubat
"Lella au Concarneau", 1948