viernes, 30 de septiembre de 2016

Cuando la debilidad se llama bondad




(…) La debilidad de Franz se llama bondad. Franz nunca podría darle ordenes a Sabina. No le mandaría, como en tiempos hizo Tomás, que coloque un espejo en el suelo y ande encima de él desnuda. No es que le falte sensualidad, pero le falta fuerza para mandar. hay cosas que solo pueden hacerse con violencia. El amor físico es impensable sin violencia.

Sabina miraba a Franz que caminaba por la habitación con la silla levantada, aquello le parecía grotesco y la llenaba de una extraña tristeza.

Franz dejó la silla en el suelo y se sentó en ella mirando a Sabina.

-No es que me agrade ser fuerte-dijo-, pero ¿para qué necesito estos músculos en Ginebra? Los llevo como un adorno. Como unas plumas de pavo real. En la vida me he peleado con nadie.

Sabina continuó con su meditación  melancólica: ¿Y si tuviera un hombre que le diera órdenes? ¿alguien que quisiera ser su amo? ¿Cuánto tiempo iba a aguantarlo? !Ni siquiera cinco minutos! De lo cual se deduce que no hay hombre que le vaya bien. Ni fuerte ni débil. Dijo:

     -¿Y por qué no utilizas nunca tu fuerza contra mí?

     -Porque amar significa renunciar a la fuerza -dijo Franz con suavidad.

Sabina se dio cuenta de dos cosas: en primer lugar, de que aquella frase era hermosa y cierta. En segundo lugar, de que al pronunciarla, Franz quedaba descalificado para su vida erótica.


Ed. Tusquets, 1993
Trad. Fernando Valenzuela

Fot. Fotogramas de The Servant de Joseph Losey, 1963