domingo, 11 de diciembre de 2016

Oso



-Oso- dijo frotando el pelaje con el pie, sintiéndose sola de repente. El calor del fuego era excesivo; la alfombra de pelo se había apartado de la chimenea y se le había acercado. ¡Oh, se sentía sola, inconsolablemente sola…! Llevaba años sin sentir contacto humano. Siempre se le había dado mal. Era como si los hombres supieran que su alma estaba gangrenada. Las ideas estaban muy bien y ella podía esconderse en su trabajo y olvidarse por un tiempo del auténtico significado del instituto, donde el director se la follaba un día a la semana sobre su mesa mientras ambos confían escandalizar al Gobierno, aunque Lou sabía muy bien que lo que él deseaba de verdad no era su carne pálida, sino esos elegantes bocallaves del siglo XVIII que tanto escaseaban en Ontario.
Había permitido que aquel trámite continuara porque era su único contacto humano, pero le horrorizaba recordarlo. No había cariño alguno en el acto, solo costumbre y conveniencia. Se había convertido en una especie de castigo que ella se infligía.
-Oh, oso- dijo, acariciándole el cuello. Se levantó, se desnudó, porque hacía calor. Se tumbó junto al lomo del oso, algo apartada y también apartada del fuego y, desolada, empezó a hacerse el amor.
El oso despertó de su sopor y se volvió. Sacó la pecosa lengua. Era gruesa y, como decía la enciclopedia, tenía un surco longitudinal. Empezó a lamerla.
Una lengua gruesa, moteada de rosa y negro. Lamió. Raspó hasta cierto punto. Tanteó. Era cálida, agradable, extraña. ¿Qué demonios haría Byron con su oso?, se preguntó Lou.
El oso lamía. Buscaba. Lou podría haber sido una pulga a la que él estaba persiguiendo. Le lamió los pezones hasta que se le pusieron duros y le relamió el ombligo. Ella lo guió con suaves jadeos hacia abajo.
Movió las caderas: se lo puso fácil.
-Oso, oso- susurró, acariciándole las orejas. La lengua, no solo musculosa sino también capaz de alargarse como una anguila, encontró todos sus rincones secretos. Y, como la de ningún ser humano que hubiera conocido, perserveró en darle placer. Al correrse sollozó, y el oso le enjugó las lágrimas.

Marian Engel   Oso
Ed. Impedimenta.
Trad. Magdalena Palmer

Ilustración Gabriella Barouch

La mirada que salva


La mirada que salva

Un ciervo a solas
en la distancia
una cierva lo mira
con tal deseo
que el cazador oculto
entre las hojas recuerda
a la mujer que amó
y deja caer el arco.

Poemas de la Antigua India
Traducción del inglés: Jorge Esquinca
El poeta y su trabajo, no. 28, primavera 2008.

From Anxious Corridor, 1935