miércoles, 6 de abril de 2016

La pulpa de los labios


He venido a reconstruir piedra por piedra esa ciudad en mi mente, esas provincias melancólicas que el viejo veía llenas de las “ruinas sombrías” de su vida. Estrépito de los tranvías estremeciéndose en sus venas metálicas mientras atraviesan la meidan color de iodo de Mazarita. Oro, fósforo, magnesio, papel. Allí nos encontrábamos a menudo. En verano había un tenderete abigarrado donde a ella le gustaba saborear tajadas de sandía y sorbetes de colores brillantes. Naturalmente, llegaba siempre un poco tarde, de vuelta quizá de una cita en una habitación oscura en la que yo trataba de no pensar, tan frescos, tan jóvenes eran los pétalos abiertos de la boca que caía sobre la mía para saciar la sed del verano. Quizás el hombre a quien acababa de abandonar rondaba aún en su memoria, quizá persistía aún en ella el polen de sus besos. Pero eso importaba muy poco ahora que sentía el leve peso de su cuerpo apoyando su brazo en el mío, sonriendo con la sinceridad generosa de los que han renunciado a todo secreto. Era bueno estar allí desmañados, un poco tímidos, respirando agitadamente porque sabíamos lo que cada uno esperaba del otro. Los mensajes se transmitían prescindiendo de la conciencia, por la pulpa de los labios, por los ojos, por los sorbetes, por el tenderete abigarrado. Permanecer allí alegremente, tomados de los meñiques, bebiendo la tarde profundamente olorosa a alcanfor, como si fuéramos parte de la ciudad…

Lawrence Durrell, El cuarteto de Alejandría
Ed. Edhasa, 2004
Trad. Aurora Bernárdez

Latido


The past beats inside me like a second heart.

John Banville
The Sea

Fot. Paul Citröen
Estrella, 1932