miércoles, 25 de octubre de 2017

Miércoles de ceniza


Miércoles de ceniza

I
Porque no abrigo esperanzas de volver otra vez 
porque no abrigo esperanzas
porque no abrigo esperanzas de volver 
ansiando el donde este hombre de este otro sus andanzas 
no lucho por llegar hacia esas cosas 
(¿Por qué no ha de abrir el halcón sus alas ya andrajosas?) 
¿Por qué he de lamentar 
el perdido poder del reino usual ? 

Porque no abrigo esperanzas de conocer otra vez 
la cierta hora de tan incierta gloria 
porque no pienso así 
y porque sé que no conoceré 
la única veraz potencia transitoria
puesto que he de beber, ahí, 
donde florecen los árboles y las vertientes fluyen, 
porque otra vez no hay nada. 
Porque yo sé que el tiempo es siempre tiempo 
y que el lugar es siempre y solamente un lugar 
y que lo que es actual lo es sólo en cierto tiempo
y para un solo lugar 
me alegro que sean así las cosas
y renuncio a la vez
a la sagrada faz y también a la voz
entonces, como no me es posible pensar que he de volver
me regocijo al tener que construir algo que me proporcione regocijo

Y ruego a Dios que nos tenga misericordia
ruego que nos haga olvidar
estos asuntos que originan en mí tanta discordia
ya que los he discutido y me los he explicado demasiado
porque no abrigo esperanzas de volver otra vez
que estas palabras respondan
por lo que ya se ha hecho que no se hará otra vez
y que se nos juzgue con misericordia
porque con estas alas no es posible volar
son simples abanicos y para abanicar
un aire seco ya y muy reducido
más seco, más reducido que la voluntad
enséñanos a sentir y a prescindir,
danos tranquilidad.

Ora por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte.
Ora por nosotros por ahora y en la hora de nuestra muerte.

Versión de Jorge Elliott

Las conquistas interiores


Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada. La enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Éxitos interiores, eso sí. Pero ¿qué ventaja se obtiene de ellos? ¿A quién dan de comer las conquistas interiores?

Robert Walser
Jakob Von Gunten
Siruela

Una fotografía


Tengo una fotografía de mi madre, mi hermana, y yo mismo, tomada cuando rondaba yo los cuatro años y mi madre los treinta y dos, o por ahí. Mi hermana y yo estamos de pie en lo que debe ser la acera frontal de nuestra casa de entonces, frente a un seto, y mi madre en cuclillas en el medio con un brazo rodeando a cada uno de nosotros. Debe ser primavera, porque yo visto un short y una camisa de manga larga, abotonada, probablemente como una concesión de pulcritud, hasta el cuello. Mi hermana, que tendría unos dos años y medio, porta un abrigo que termina justo encima sus rodillas. Sus mangas son demasiado largas. Debe ser a mediodía o aproximadamente: nuestra sombra común esta directamente bajo nosotros. El cabello de mi madre es negro y ella está sonriente. La luz derrama sobre su frente y se monta en sus pómulos; un manchón de luz reposa en un lado de su mentón. La luz cae de la misma forma sobre el rostro de mi hermana y sobre el mío. Y nuestros ojos quedan en la sombra exactamente de la misma forma. He contemplado y contemplado esta fotografía, y en cada ocasión he sentido una profunda e inexplicable oleada de tristeza. ¿Es que mi madre, que nos abraza y cuya mano yo sostengo, está ahora muerta? ¿O es que es tan joven, tan feliz, tan orgullosa de sus niños? ¿Será que los tres estamos momentáneamente atados por la forma en que la luz se distribuye a sí misma de manera idéntica sobre cada uno de nuestros rostros, uniéndonos, proclamando nuestra unidad por un momento en un pasado que fue solo nuestro y que ahora nadie puede compartir? ¿O es simplemente que lucimos un poco fuera de época? ¿O que lo que sea que hayamos sido en ese momento atrapa al corazón simplemente por haberse terminado? Supongo que todas son buenas razones para sentirse triste, y deben contar en parte para mi sentir, pero hay algo más a lo que también respondo. Es la presencia del fotógrafo. Es para él que mi madre se permite estar tan espontáneamente presente, a mostrar un aspecto de sí misma que no se complica por ninguna reticencia, por ninguna muestra de pena. Y es hacia él que me inclino, hacia él que quiero correr. Pero, ¿dónde estaba él? Debió haber sido mi padre, me sigo diciendo a mí mismo, mi padre quien, en esos días, parecía siempre ausente, siempre de viaje, vendiendo alguno de los nuevos servicios a los diarios de los poblados de Pennsylvania. Así que no es el que un momento de dulzura haya pasado lo que me entristece. Es que el que más poderosamente está presente no aparece en la foto, sino que existe conjeturalmente, como una ausencia. Algo más que me conmueve de esta fotografía es lo mucho que se corresponde con el momento en que fue tomada. Como la niñez misma en su inocencia del futuro. Siento una enorme simpatía por el niño que fui, y me siento culpable de que su simpatía le haya servido años después a su ser más viejo. Yo existía, en ese momento, no para mi mirada de hoy sino para la del fotógrafo en el momento de la fotografía. En otras palabras, no estaba posando. No podría, porque no podía anticipar un futuro para ese momento; vivía, como la mayoría de los niños, en un presente perpetuo. Podía quedarme quieto, pero no podía posar. Y en mi quedarme quieto, manifestaba una tremenda impaciencia por liberarme, por ir hacia los brazos de mi padre que no aparece en la foto.

Mark Strand
Sobre nada y otros escritos
Edit. Turner.
Trad. Juan Carlos Postigo Ríos