viernes, 7 de septiembre de 2018

No hablarían de ello


Y me parece que ya entonces hablaba del final de las cosas. Es decir, que allí, dentro aún del tiempo, ya recordaba, sospechando muy pronto cuánto de todo aquello, de las alegrías o los simples instantes de tregua, iba a desaparecer para no volver nunca más; cuando menos, aquella parte de sus sueños que no solamente reclamaría su tributo, sino que no sabría, en razón de invisibles e implacables leyes, desplegarse con fuerza, y de una manera tan evidente como para arrastrar todo lo demás; a ella nada la apaciguaría jamás.
Así pues, debía de saber que aquella mañana de marzo llegaría, fuera o no una mañana de marzo; y grandes y pesados caballos venían a llevársela lejos de casa. Debía de hacer ya bastante tiempo que ella lo sabía, debía de hacer bastante tiempo que la duda y la sospecha hacían su labor, todo así lo indicaba: la espera y el miedo de los que ella habla, la costumbre que había tomado de no salir del taller o, más tarde, de encerrarse en él, y aunque todo se mezclaba aún, alegrías y tristezas -esas repentinas, insospechadas melancolías que sabía disimular con un gesto o una risa-, hacía tiempo que rondaba por allí, como una amenaza, la idea de que nada dichoso o grande podía perdurar, que llegaría un día en que, como en el desenlace de un combate, sería preciso deponer las armas y rendirse, con una de esas rendiciones incondicionales y sin perdón, y entonces todo habría terminado para ella. Todo habría terminado, y ambos tendrían, ella y él, mucho que decirse al respecto, precisamente porque no hablarían de ello. Ni durante aquellos días, ni después.

Michèle Desbordes
El vestido azul
Ed. Periférica, 2018
Trad. David Martín Copé