jueves, 14 de septiembre de 2017

Recuerdos


Pavese… aquella primavera solía llegar a nuestra casa comiendo cerezas. (…) Desde la ventana lo veíamos aparecer por el fondo de la calle, alto, con su rápida forma de caminar: venía comiendo cerezas y arrojando lo huesos contra la pared con un tiro seco y fulminante. Para mí la derrota de Francia quedó unida para siempre a aquellas cerezas que él nos hacía probar cuando llegaba, sacándoselas una a una del bolsillo con su mano parsimoniosa y huraña.

Natalia Ginzburg
Léxico familiar
Edit. Lumen, 2007
Trad. Mercedes Corral

Soportales


Para los habitantes de la ciudad, los soportales constituyen una especie de agenda personal de piedra, ladrillo y adoquines. Uno puede ir a ver a sus acreedores, a su amor secreto, a su acérrimo enemigo, a su madre, al dentista, o a su amigo más antiguo; puede ir a su tienda de café favorita, a la oficina de empleo local, o a ese banco en el que se suele sentar profundamente solo, donde, tal vez, se recoloca la tirita que se ha puesto en el dedo para cubrir una verruga abierta y, adondequiera que vaya, irá siempre a cubierto. ¿Y en qué cambia eso nuestra vida? En nada. Pero bajo los soportales, el eco de la vida suena de otra forma. Y al caer la tarde, el Placer y la Desolación pasean de la mano por ellos.

John Berger
El toldo rojo de Bolonia
Edit. Abada, 2011
Trad. Pilar Vázquez

Pesan


La cuestión se reduce a estar vivo un instante,
aunque sea un instante no más,
a estar vivo
justo en ese minuto
cuando nos escapamos
al mejor de los mundos imposibles.
En donde nada importa,
nada absolutamente –ni siquiera
las grandes esperanzas que están puestas
todas sobre nosotros, todas,
y así pesan.