miércoles, 19 de julio de 2017

El museo de la inocencia


(...) Dejó a un lado la pintura que había levantado para mostrárnosla. Miré los juegos de pintura, los pinceles, los botes y los trapos con manchas multicolores que tan atractivos me parecían. Todo estaba muy ordenado, como en los cuadros de los pájaros. Más allá estaban las telas y los dedales de la tía Nesibe. Me eché al bolsillo un dedal de colores de porcelana y una barrita naranja de pastel con la que Füsun había jugueteado nerviosa poco antes. Aquellos meses oscuros de 1979, los peores que vivimos, se corresponden con la época que más objetos hurte de casa de los Keskin. Entonces, dichos objetos, más que simples signos del momento vivido, más que algo que me recordaba aquel bello instante, eran también para mí una parte del momento en sí. Por ejemplo, las cajas de cerillas que expongo en el Museo de la Inocencia... Cada una de estas cajas de cerillas fue tocada por la mano de Füsun, se han impregnado del olor de su mano y de su casi imperceptible aroma a agua de rosas. Cada una de las cajas de cerillas, como todas las demás cosas que expongo en mi museo, cuando luego las cogía entre mis manos en el piso del edificio Compasión me servía para volver a vivir el placer de haber estado sentado a la misma mesa que Füsun y de haberla mirado a los ojos, por supuesto. Pero la felicidad que sentía en mi corazón cuando cogía las cerillas de la mesa y me las echaba al bolsillo como quien no quiere la cosa tenía otro aspecto: era la felicidad de arrancar un pedazo, por pequeño que fuera, de alguien a quien amaba obsesivamente pero a quien no podía "poseer".

Orhan Pamuk
El museo de la Inocencia
Ed. Random House
Trad. Rafael Carpintero