sábado, 3 de febrero de 2018

La gata


Como en un juego apagó la lámpara del techo para que sintiera deseos de besarla. La única lámpara encendida, encima de una mesa, proyectó detrás de la joven una sombra neta y alargada. Camille, con los brazos en alto, dispuestos en arco detrás de la nuca, le llamaba con la mirada; mas él sólo tenía ojos para la sombra.
«¡Qué hermosa está en la pared! Lo bastante esbelta, justo como me gustaría…»
Se sentó a comparar una con otra. Camille, halagada, se arqueó hacia atrás, sacó hacia afuera los senos y marcó unos pasos de bayadera; pero la sombra conocía el juego mejor que ella. Desenlazando las manos, la joven echó a andar, precedida de la sombra ejemplar, y, al llegar a la abierta ventana, la sombra saltó a una alameda, abrazando al pasar, con sus dos largos brazos, el álamo cubierto de gotas de luna… «¡Qué lástima!», suspiró Alain. Luego se reprochó blandamente su inclinación a amar en Camille una perfeccionada o inmóvil forma de ella misma, esa sombra, por ejemplo, o un retrato, o el vivo recuerdo que le dejaba de ciertas horas, de ciertos vestidos.

Colette
La gata
Ed. Nortesur, 2008