viernes, 24 de mayo de 2019

Durante nuestros besos



Durante nuestros besos, cada vez más largos, se iba acumulando en la enorme caverna de nuestras bocas unidas, un líquido templado dulce como la miel que a veces fluía por la comisura de nuestros labios hasta la punta de la barbilla, ante nuestros ojos se aparecía un país celestial y onírico que sólo podía imaginarse con un optimismo infantil y contemplábamos como si fuera el Paraíso aquella tierra multicolor que parecíamos ver a través de un caleidoscopio en el interior de nuestra mente. En ocasiones, uno de nosotros, como un pájaro dado al placer de coger cuidadosamente un higo con el pico, chupaba ligeramente el labio inferior o superior del otro metiéndoselo en su propia boca, apretaba entre sus dientes aquel fragmento de labio aprisionado obligando al otro a decir “¡Estoy a tu merced!” y el otro, después de sentir complacido y paciente las aventuras de su labio, de vivir marginalmente el gusto escalofriante de quedar a merced del amado y de empezar a intuir por primera vez en su vida lo atractivo que sería rendir valerosamente no sólo su labio sino su todo su cuerpo a la compasión de su amante y que esa zona entre el cariño y la compasión es el lugar más oscuro y más profundo del amor, le hacía lo mismo al otro, y justo en ese instante las lenguas moviéndose impacientes en el interior de nuestras bocas, encontrándose veloces entre los dientes, nos recordaban ese lado del amor que no tiene que ver con la violencia sino con la dulzura, los abrazos, y el tacto.

Orhan Pamuk

El Museo de la Inocencia
Edit. Círculo de lectores
Trad. Rafael Carpintero

Fot: Martin Munkacsi