miércoles, 24 de febrero de 2016

Encerrado y libre


Cuando era niño, llamábamos castigo a estar encerrados en un cuarto. El aparente desentendimiento de Dios por los asuntos del mundo parecía imperdonable. Esta mañana, al subir los cinco pisos hasta mi casa, recuerdo la iracunda voz de mi padre con una mezcla de ansiedad y amor. Como siempre, la posibilidad de un hogar —a lo sumo una utopía— permanece ilusoria, así que leo a Platón, para quien el amor no ha sido vejado. Me tiendo sobre la alfombra, cual fertiliza un gusano, y comprendo cosas de las que no tengo conocimiento empírico alguno. Aunque la puerta esté cerrada, soy libre.
Como un mapa obsoleto, mis fronteras están cambiando.

Henri Cole, Mirlo y Lobo
Quálea Editorial, 2010
Trad. Diego Zaitegui